Por Jóser Castañeda con información de Antonio Treviño

Cuando tenía 12 años comencé a interesarme por la rítmica. Decidí comprar mis primeras baquetas y practicaba sobre cualquier superficie que emitiera sonido (para gran agrado de mis padres). Cuando se dieron cuenta de que un sofá no era precisamente una batería profesional, decidieron regalarme mi primera.

A los 13 años comencé mi instrucción formal en lo que ahora es la Escuela Superior de Música y Danza, que en ese entonces se llamaba solo la “Carmen Romano”. Ahí aprendí sobre teoría del ritmo y diferentes estilos. 

En 2005 comencé a incorporar mis aprendizajes en las actividades grupales del Instituto Nuevo Amanecer; yo estaba a cargo del programa de arte y descubrimos que la rítmica en los alumnos con parálisis cerebral era un gran estimulante físico y mental. Es muy gratificante saber que hoy, esa actividad se realiza al inicio de cada viernes de todas las semanas.

A nivel personal, conectar con la rítmica me ha ayudado a mejorar mi coordinación motriz y me he podido desempeñar en diferentes escenarios, con distintos públicos, y la seguridad que te otorga tocar para un público es incomparable.

Me gusta la metáfora que se puede trazar entre una banda y un equipo de trabajo; el sonido final es el resultado de la ejecución de cada integrante, la disciplina en los ensayos, y la seguridad de presentar el resultado final: la ejecución en vivo.

Todo esto refuerza mi creencia en la vitalidad de la preparación, tener ese conocimiento previo a cualquier tema. En la oficina, somos como una gran orquesta donde cada uno tiene la responsabilidad de ejecutar de manera sintonizada y a tiempo una misma partitura para obtener un cálido aplauso por parte del público; nuestros clientes.