Por: Jóser Castañeda.

Hemos estado resguardados en contacto con nuestras salas, cocinas y comedores más tiempo que antes. No sería raro encontrarnos con recuerdos que hayan sucedido en ese sofá o en ese desayunador, de personas que hoy ya no están con nosotros. Entre más tiempo pasamos en contacto con el interior de nuestros hogares, es fácil conectarnos con el interior de nuestras mentes, viajando por un túnel de recuerdos y anécdotas que tal vez involucren a personas  o familiares que hoy ya están en un  mejor lugar.

Me encontré con las gafas que solía usar mi abuela para leerme poesía mientras esculcaba uno de mis cajones, e inmediatamente sentí un nudo en la garganta que detonó en lágrimas de emoción por recordarla. Me puse a pensar en el día de muertos, y cómo realmente, aunque cada noviembre tengamos un día destinado a juntar los artefactos y pertenencias de nuestros ancestros para celebrarlos, todos los días es día de muertos porque por ahí han pasado cientos de historias que involucran a nuestros seres queridos.

Me fascina el folklor y sentimiento colectivo que se genera cada año en el día de muertos, pero no veo por qué debamos limitarnos a recordarlos solamente una vez al año, y menos cuando estamos todo el tiempo en casa en los últimos meses. Me gustaría que aprovecháramos estos momentos de “encierro” para conectarnos con las historias que dormitan en las paredes, las habitaciones y los cubiertos. En los platos, el refri y el patio.

Les apuesto que en cada uno, podrán convertir cada veinte de marzo o treinta de septiembre, en un día de muertos más.